UNA MUJER, DE ANNIE ERNAUX
Una historia y un puente,
para salir de la soledad

Por Manuela Eusse Ruiz

Una mujer es una historia y es un puente. Es la historia que la más reciente ganadora del premio Nobel de literatura, Annie Ernaux, escribió sobre su madre, su vida, sus formas de ser, sus gestos, sus expresiones, sus deseos. Y es el puente entre la escritora adulta, la mujer de letras, la intelectual de hoy en día y la niña que alguna vez fue Ernaux, hija de una clase trabajadora, ajena al mundo burgués de las letras. Una mujer es el puente que le permite a esta tránsfuga de clase volver al origen.

Este libro no es una novela, tampoco una biografía, como lo dice claramente la autora en uno de los varios párrafos en los que reflexiona sobre la naturaleza del libro que está escribiendo. Sin embargo, nos dice ella, su proyecto es “de naturaleza literaria” puesto que “ se trata de buscar una verdad sobre mi madre, que no puede ser alcanzada sino a través de las palabras.” (p. 23). Y a medida que el lector avanza en la lectura puede darse cuenta de que la historia que está leyendo existe en esas palabras, en esas  frases, en ese orden de ideas y acontecimientos y no en otro. Como si en esta historia esa madre viniera a la existencia, como si con sus palabras, Annie Ernaux la estuviera “trayendo al mundo”.

Quien nunca haya leído a Annie Ernaux quizás se sorprendería, después de leer estos párrafos, al entrar en su escritura y descubrir la austeridad de su estilo. Esta escritura, capaz de traer al mundo a una persona, es radicalmente simple. Es plana o llana, como la calificaría la misma Ernaux. Y, no obstante, es con esta escritura y no con otra con la que nos entrega a su madre. Por supuesto, no es una casualidad.

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El lenguaje de Ernaux es poco dado a las figuras de estilo y evita el uso del pasado simple, tiempo verbal por excelencia de la expresión escrita en francés, inexistente en la expresión oral y marcador fundamental del lenguaje “literario” y “elevado”. Por otro lado, en lo que se refiere al “contenido”, las escenas, los gestos y las expresiones que merecen su atención, le dan vida a ese mundo de origen, a esa realidad en la que tantas personas se reconocen, una realidad prosaica, a veces dura, la realidad del mundo de los oprimidos. Este trabajo literario lo hace sin condescencia, en un esfuerzo calculado y sostenido por no exotizar u objetivar a sus “personajes” que, a través de sus palabras viven para el lector como las personas que fueron. He aquí un ejemplo de lo que merece la atención de la autora, aquí al comienzo del relato, hablando de su abuela:

“Ella manejaba bien su casa, es decir que, con un mínimo de dinero, lograba vestir y alimentar a su familia, sus hijos asistían a la misa sin rotos ni manchas, y así se acercaba a una dignidad que les permitía vivir sin sentirse como patanes. Le daba vuelta a los cuellos y a los puños de las camisas para usarlos dos veces. Lo guardaba todo, la nata de la leche, el pan viejo, para hacer pasteles, la ceniza de la madera para lavar la ropa, el calor de la estufa apagada para secar las ciruelas o los trapos, el agua del lavado matutino para lavarse las manos durante el día. Conocía todos los gestos para adaptarse a la pobreza. Ese saber, transmitido de madre a hija durante siglos, termina conmigo, que ya no soy más que la archivista” (p. 25 – 26).

Es a través de este  lenguaje y de esas escenas y gestos que Ernaux construye una escritura para salvar el abismo entre el lenguaje literario de las élites y el de su clase de origen. Para decirlo de manera simple: la autora escribe en un lenguaje que sus padres pudieran leer sin sentirse separados de ella por la elegancia o la pretensión de su expresión. Y es este lenguaje el que mejor logra traer al mundo a su madre.

Una mujer es un libro único, conmovedor, lleno de reflexiones sobre la escritura, sobre la literatura y sobre lo que está en juego en las tensiones de dominación de clase. Pero es también un acto de amor y de entrega, hacia la madre de Ernaux y hacia los lectores. Al leer esta historia, escrita poco después de la muerte de la madre de la autora, el lector alcanza a tocar esa mano que escribe, a compartir el duelo y el dolor, a salir de la soledad de la vivencia individual de la distancia y de la pérdida. Ya lo escribió la misma Annie Ernaux “Era necesario que mi madre, nacida en el entorno de los dominados, del cual quiso salir, se convirtiera en historia, para que yo me sienta menos sola y artificial en el mundo dominante de las palabras y de las ideas a donde, según su deseo, yo entré.” (p. 105).

Esta reseña ha sido escrita con base en la lectura de la versión en francés de Una mujer: Une femme, publicado en París (2011) por la editorial Gallimard y adaptado a Kindle por Isako. Las traducciones de los fragmentos citados en este texto son de la autora de la reseña. 

Existe una edición del libro en español, titulada Una mujer y publicada por la editorial Cabaret Voltaire.  

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