LA FRUTA DEL BORRACHERO
de Ingrid Rojas Contreras
Los niños no están a salvo

Por Manuela Eusse Ruiz

“La vida que conozco es un tsunami de último minuto que puede arrastrar a padres, dinero, comida e hijos”

Mami, en La fruta del borrachero

Ingrid Rojas Contreras es colombiana, pero su libro La fruta del borrachero fue escrito en inglés. Rojas Contreras es escritora y es también exiliada, su familia emigró a Estados Unidos huyendo de la violencia colombiana cuando ella tenía quince años. La fruta del borrachero se inspira en algunos hechos reales de la vida de su autora y habla de muchos eventos reales de la Colombia de finales de los ochenta y principios de los noventa. 

Sin embargo, lo interesante de este libro son las perspectivas desde las que está narrado. A lo largo de toda la novela tenemos dos personajes que se alternan la narración desde su punto de vista. Se trata de Chula, una niña pequeña, hija de una familia acomodada gracias al ascensor social y de Petrona, una adolescente, habitante de un barrio de invasión en Bogotá y empleada de servicio en casa de la pequeña Chula. Con los relatos de ambas se construyen dos puntos de vista diferentes de una misma historia que parece de película, pero que se basa en la realidad de lo que vivieron tantos colombianos en los años noventa. 

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La violencia está presente a lo largo de todo el relato, es protagonista, antagonista y catalizadora de eventos de la historia. La pequeña Chula nos habla de la guerra contra el narcotráfico, de los carros bomba, de la guerrilla, los paramilitares y el ejército, de las masacres y los secuestros, del asesinato de Galán y la desesperanza y, por supuesto, del omnipresente coco de los millennials colombianos: Pablo Escobar. Petrona nos acerca a los encapuchados, a los ejércitos, a veces indistinguibles, de esa guerra enrevesada, a los “falsos positivos”, a la violencia corrosiva de la pobreza.

Entre Chula y Petrona la diferencia está primero en la forma en que la guerra irrumpe en sus vidas. Mientas para Chula todo lo que sabe de lo que pasa en Colombia llega primero a través de la televisión, Petrona ha visto la violencia con sus propios ojos desde el comienzo. Sin embargo, poco a poco la historia las va juntando para sacar la violencia de la caja y llevarla en carne y hueso a la vida de Chula también. 

En el proceso de construcción de la historia, nos asomamos también al trauma, a las formas en las que nos transforma y transforma nuestras relaciones. También comprendemos que la violencia nos despoja de la libertad en más de un sentido. Quizás esa pérdida de la libertad es uno de los frutos del borrachero, la planta de la que sale la escopolamina o burundanga, el polvo que anula la voluntad.

Lo esencial del relato sucede en una franja de tiempo muy pequeña, el ritmo está marcado por las noticias sobre Pablo Escobar en la televisión. Pero hay una enorme concentración de hechos y realidades de las que todos fuimos testigos más o menos cercanos en esa época. Y a través de la distancia física y quizás de la perspectiva que el exilio pudo haberle dado a la autora, esta obra nos hace despertar, reconocer los horrores que vivimos, los miedos con los que todos convivimos en ese momento preciso de la historia de Colombia, los traumas que todos cargamos de esa época (y de las que siguieron). Incluso para los que vivimos el horror a través de la televisión: ¿cómo salimos indemnes del terror que transmitían las imágenes de los carros bomba? ¿Cómo vivimos siendo niños con esa construcción del monstruo Escobar en los medios? Un monstruo que parecía omnipotente y omnipresente. 

El elemento de los medios, y particularmente de la televisión, en esta obra nos muestra que ningún niño en Colombia ha estado protegido del miedo. En la novela, al lado del horror inimaginable de los que viven la guerra en carne propia está el limbo absurdo de los niños que ven a otros niños morir en televisión, que mueren en el campo y en la ciudad, lejos y cerca, de peligros que parecen lejanos pero que pueden estar más cerca de lo pensado. Las amenazas oscilan entre la abstracción (“la guerrilla”) y realidades espeluznantes (los carros bomba, los secuestros). Unos niños están más expuestos que otros, pero ninguno está tan a salvo como debería estarlo. La reflexión sobre la muerte irrumpe en las vidas de los niños colombianos demasiado pronto, con demasiada violencia, como lo vemos con Chula, después de un atentado en el que murió una niña:

“Me miré el regazo de mi propio vestido e imaginé cómo sería dejar de existir. Contuve la respiración y traté de no tener pensamientos. Miré la forma de mis piernas y más allá de una de ellas un enorme y evanescente vacío, donde yo no era pensante, no tenía aliento y no sentía. Por unos momentos, fui un rugido de la nada. Enseguida resollé y recobré el miedo, pensé con precipitación acerca de la no existencia. ¡Qué horrible era morir!” (P. 60)

Pero sin duda, el horror más grande que La fruta del borrachero nos obliga a enfrentar es el de la violencia que se ensaña contra los más vulnerables. Así por ejemplo Petrona y sus hermanos se enfrentan a ver con sus propios ojos y a tener que protegerse de los peligros que acechan a los niños de su barrio: 

“Corrí al parque y encontré a Aurorita, sentada entre el pasto dibujando en un cuaderno. Quise darle una cachetada, cómo podía estar tarareando en el mismo lugar en donde el ejército le había disparado a aquel niño. La sangre había penetrado en la tierra, pero días antes, antes de que desapareciera, Ramoncito se había agachado ante la mancha y había dicho que el niño era su amigo, el ejército colombiano lo había acribillado y arrastrado al fondo de los Cerros y lo había vestido con uniforme y le había plantado un arma en las manos, le tomaron fotografías para poder decir que era guerrillero.” (p. 65)

La fruta del borrachero es una novela de una enorme riqueza narrativa y poética. Es también un documento fundamental para comenzar a observar con distancia esos años tumultuosos en Colombia y el efecto que tuvieron en las vidas de los que fuimos testigos, quizás particularmente de los que lo fuimos siendo niños. Ojalá podamos esperar otra voz como la de Ingrid Rojas Contreras para echar luz sobre los años dos mil y los terrores que trajo consigo. 

The fruit of the drunken tree fue publicado primero en inglés en 2018, por la editorial Doubleday (Nueva York). El libro ha sido traducido al español y publicado por la editorial Impedimenta en 2019 (España).

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