Racismo y clasismo

Un inmenso trabajo de cultura ciudadana, de reconciliación y construcción de sociedad tenemos por delante si queremos en algún momento encontrar una salida al laberinto en que vivimos. En cada vuelta del camino asoman el racismo y el clasismo que llevan siglos convertidos en dos grandes enemigos que nos acechan a todos. Enemigos que alimentan la guerra, que justifican violencias, que entorpecen avances sociales, que impiden mirarnos como iguales aunque la ley nos declare iguales.

El racismo es evidente o es oculto. Se manifiesta en gritos y en insultos en las calles y también en las palabras cotidianas sin que a veces lo notemos. El clasismo, que ha sabido también camuflarse y persistir en nuestra cotidianidad, nos lleva a mirar al otro por encima del hombro. Pretende decir que tener más es ser más. El racismo y el clasismo nos dividen en unos que merecen todo por un derecho perpetuo y otros que no merecen nada y si exigen sus derechos son tildados de “igualados”. Usar esta palabra como insulto refleja mucho el problema de fondo.

El racismo y el clasismo agreden, minimizan, discriminan, golpean. La víctima lo padece y quien discrimina pierde también parte de su humanidad. El racismo y el clasismo nos han marcado y durante décadas se han aceptado como si discriminar fuera natural y no lo es. Nos acostumbramos con total tranquilidad a que la pobreza se viva con mayor rigor en las comunidades indígenas y negras. Nos acostumbramos a que importen menos sus problemas, sus dolores, sus carencias. Eso no es normal. No es normal ni aceptable un insulto que genera mucho debate y no es normal ni aceptable ese golpe día a día de un racismo histórico que ha sostenido una inequidad que no indigna como debiera.

En el mundo hoy tristemente proliferan liderazgos que se siembran sobre odios, racismo, clasismo y etiquetas que nos marcan. Se hace política y se busca el éxito o la influencia promoviendo líneas que se trazan entre seres humanos para decir que el problema es “el otro”, el de piel diferente, el que viene de otra parte, el que viste distinto, el que no tiene “clase”, el “ñero”, “la loba”, “el levantado”. Es más fácil buscar enemigos en los distintos, que tratar de construir soluciones colectivas en las que todos tenemos que aportar, cambiar, construir.

Mientras quienes tengan algún nivel de liderazgo sigan alimentando el odio por la vía del racismo y el clasismo, será imposible que una nueva cultura igualitaria nos abra mejores caminos a todos. Si desde posiciones de poder político, económico, mediático, se sigue promoviendo la discriminación abierta o disimulada, seguiremos pedaleando en medio del fango sin poder avanzar.

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