Primero la víctima
Si una mujer denuncia un abuso sexual tendría que ser atendida de inmediato en cualquier entidad del Estado que pueda recibir su denuncia. Sin esperas, sin excusas, sin agresión. Una joven de 17 años es víctima de violencia sexual en una estación de Transmilenio en Bogotá. Cuando intenta poner la denuncia la revictimizan, la ponen a ir de un lugar a otro, no recibe la atención adecuada por parte de las autoridades y el caso despierta una ola de indignación justificada. No podemos tolerar más violencia en escenarios que deben ser seguros para las mujeres, para las niñas y para todos. No podemos permitir que la negligencia del Estado agreda a las víctimas. La protesta termina en vandalismo contra algunas estaciones y buses de Transmilenio.
Primero debemos enfocarnos en lo que originó la protesta porque es inaceptable lo que ocurrió y porque se deben ajustar protocolos para que las mujeres tanto adultas como menores de edad tengan la atención urgente que necesitan en caso de violencia contra ellas. Lo ideal es que no se presenten agresiones sexuales, que las medidas preventivas y de protección funcionen, pero si se da el caso, no debe haber ninguna excusa, ninguna, para que una mujer agredida no sea atendida por cualquier autoridad en cualquier momento. Ante una denuncia de violación, los protoclos tendrían que ser muy claros: PRIORIDAD TOTAL PARA ATENDER A LA VÍCTIMA. No se puede aceptar ningún argumento para que una entidad del Estado no atienda de inmediato a la víctima de un delito sexual.
Se entienden las razones de la rabia, el dolor, el cansancio que provocan estos delitos recurrentes. No es solamente el caso muy grave de esta joven que denuncia haber sido abusada, es que la mayoría de mujeres que usan el transporte público han sido, hemos sido, víctimas de tocamientos, acoso, agresiones diversas. Entiendo hasta dónde pueden llegar la furia, la impotencia, las ganas de responder y el sinsabor de no poder hacerlo.
Hoy deberíamos estar hablando solamente sobre cómo dar seguridad a las mujeres en el transporte público. Deberíamos estar concentrados en cómo se hace justicia en el caso particular y exigiendo medidas de protección para evitar que se repita el delito y para que mejoren las rutas de atención a las víctimas. Sin embargo, se habla también de las estaciones vandalizadas, de la pérdida de dinero público y se escuchan voces que piden castigo para quienes vandalizaron y no para el violador.
El vandalismo, como estrategia de comunicación es la peor. Cada vez que una protesta termina en destrucción, pierde la causa que se quiere denunciar. El vandalismo contra bienes públicos es noticia, se debe informar, las autoridades lo deben atender, condenar y castigar. El vandalismo se convierte entonces en un inmenso distractor que opaca las razones de una protesta justa. En este caso: un abuso inaceptable y la negligencia que siguió, según ha denunciado la víctima.
Tristemente a veces hay mayor rechazo ciudadano a los daños de las cosas que a las agresiones a las personas. Es cierto que a veces las vidas y la integridad parecen importar poco en este país de tanta violencia. Es cierto que la seguridad de las mujeres es un tema pendiente y que no se puede tolerar más. Sin embargo, enfrentar la violencia con destrucción de bienes públicos no es el camino.
Algunas personas que acuden a las vías de hecho argumentan que si no se hacen acciones fuertes que llamen la atención, no se atienden los reclamos. Es cierto que muchas veces los problemas pasan silenciados a menos que una protesta fuerte los ponga de presente en el centro de la agenda pública. Es cierto que las autoridades responden poco cuando no hay gente en la calle. Es cierto que la violencia de género es un problema enquistado desde siempre. Sin embargo, no se necesita vandalismo para que haya contundencia en la denuncia, para hacerse escuchar si la protesta logra ser visible, disruptiva, creativa, significativa sin ser destructiva. La historia ha mostrado las múltiples posibilidades que tiene la protesta pacífica que se hace con firmeza.
Si la rabia y el dolor se convierten en vandalismo, el ruido que esto genera esconde la justicia de la protesta y desvía el debate. No puede haber más mujeres abusadas, el Estado debe atender a las víctimas y perseguir a los victimarios. Esto es un problema de toda la sociedad y ojalá quienes, con razón, salen a protestar entiendan que los destrozos finalmente terminan afectando la causa que se defiende.