Servicio social
para la paz

Hay momentos y hechos que cambian la vida. Uno de los libros que más me han impactado  no lo leí por elección propia y lo leí en voz alta. Era una biografía de Galileo Galilei y yo tenía unos 16 años cuando llegó a mis manos solicitado por una persona, cuyo nombre no he podido recordar a pesar de los esfuerzos que hago con alguna frecuencia para traerlo a mi frágil memoria. Era un joven de cabello oscuro y abundante y de sonrisa fácil que cubría su ceguera con unos lentes grandes que se retiraba de tanto en tanto cuando quería enfatizar alguna idea. Prestaba yo un servicio social en el Instituto Nacional para Ciegos (INCI) como parte del programa para graduarme en el colegio, cuando descubrí la fascinante historia del científico italiano que batalló contra el oscurantismo de la época.

Mi tarea era leer y pasaba las tardes allí navegando entre libros diversos, invitada por gustos ajenos en una especie de paseo ecléctico que me permitió aprender de todo. Después de cada lectura venía siempre una conversación y tuve el privilegio de compartir con muchas personas que tenían oficios distintos y de quienes aprendí muchas lecciones.

Ese libro de Galileo, al que me llevó el joven de sonrisa fácil, me amarró al personaje que apenas había conocido de oídas en alguna clase en el colegio. Me intrigaba cómo podía un científico de entonces descubrir tantas verdades del universo con los recursos limitados de la época. Pero lo que reventaba de plano mi espíritu crítico era saber cómo  la iglesia censuraba a la ciencia argumentando con pasajes de la biblia para oponerse a teorías nacidas de la observación y la investigación. Mi cerebro de adolescente del siglo XX apenas si lograba entender tamaño despropósito.

Esas tardes de lectura en voz alta fueron una oportunidad inmensa para descubrir mundos a los que no me hubiera acercado de otra manera. Más que servir con mi voz a quien tenía interés en alguna lectura particular por placer o por trabajo, esta tarea significó para mí un servicio supremo. Mi afición por la lectura había comenzado apenas un par de años atrás. En mi casa no había biblioteca. Apenas comenzaba a formarse con la lentitud natural en un hogar de recursos limitados. Tener acceso a esos libros abrió mi mente y la dejó hambrienta de más lecturas hasta hoy.

Además de esta etapa en el INCI, tuve la fortuna de participar también en un programa extracurricular cuando cursaba los últimos años de bachillerato. Nos invitaron a un proyecto de acercamiento social con los niños y jóvenes del programa de Idipron que entonces dirigía el padre Javier de Nicoló, un hombre bueno que con una pedagogía particular impactó la vida de cientos. He contado en otros momentos cómo esa experiencia y la participación en el grupo de teatro que tenían, cambiaron por completo mi destino. 

Salir de mi burbuja y conocer a jóvenes que no tenían los mismos privilegios, descubrir que había “otros” que eran a la vez distintos e iguales a mí, me hizo entender el mundo de diferente manera. Buena parte de la mirada que tengo sobre la vida y la sociedad comenzó a formarse ahí porque aprendí a acercarme a los demás con empatía, a ponerme en sus zapatos. Descubrí el valor de los afectos, de la amistad, de los sueños y entendí la urgencia de la equidad, cuando ví y sentí que el mundo estaba lleno de desigualdades inaceptables y cuando ví al mismo tiempo que el valor supremo del ser humano viene del ser y no del tener. Ahí descubrí también mi vocación de periodista.

Porque esas dos experiencias me formaron, me transformaron y me ayudaron a ser lo que soy, siempre seré partidaria de que los jóvenes presten algún servicio social. Podrán poner sus manos, sus cerebros y su tiempo al servicio de otros, pero sobre todo, podrán recibir la sabiduría que el mundo de los otros puede ofrecer. Abrirse a los demás es descubrir la diversidad de realidades que existen y al hacerlo es descubrirse por dentro también. En buena hora se discute en el Congreso el artículo que crea el Servicio Social para la Paz. Ojalá la política deje espacio al debate sereno y permita ver lo que puede traer en la verdadera construcción de la paz de largo aliento que los jóvenes salgan de sus mundos cerrados a servir a otros y a recibir de otros.

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