Un Lugar de Silencio

En un costado de la Puerta de Brandeburgo en Berlín hay un lugar para el silencio. Cuando se ingresa la sensación es la de haber atravesado a otra dimensión. Afuera cientos de turistas se toman fotografías en uno de los lugares emblemáticos de la capital alemana. Serán imágenes compartidas, guardadas celosamente o borradas sin ganarse un lugar en la memoria digital. Se escuchan voces en muchos idiomas, se ven pieles de múltiples colores, se come, se ríe y el bullicio recuerda que este es uno de los lugares más visitados en Europa. Por eso al cruzar esa otra puerta, el silencio es rotundo y envuelve por completo.
Un hombre muy entrado en años, con un rostro dulce extiende un papel en el cual se narra la historia de este lugar: “La idea de crear, en el centro de Berlín, un Lugar de Silencio -abierto para todos e independiente de toda religión- se originó a fines de 1988 en la parte este de la entonces todavía dividida ciudad.” Recuerda el texto que después de la reunificación de la ciudad la idea siguió teniendo seguidores y se formó un grupo de berlineses que la apoyaron. Luego recuerda parte del sentido de un espacio dedicado al silencio: “… deberá ser una constante exhortación a la hermandad y la tolerancia entre los hombres y una constante advertencia contra la violencia y la xenofobia…”

El hombre entrado en años nos señala una puerta y nos invita entrar. Hay un pequeño pasillo antes de llegar al recinto final. Han generado esa cámara de aire para poder aislar toda aquella vida que sucede afuera. Es un cuarto pequeño, no tendrá más de 15 metros cuadrados, muy sencillo. Hay un tapiz en un costado. El papel que nos han entregado al entrar nos cuenta que fue hecho por la artista Ritta Hager y simboliza la luz penetrando en la oscuridad. Hay algunas sillas dispuestas alrededor de la sala. Unas cinco personas están allí y nos sumamos a ellas ocupando algún asiento desocupado. Hay una energía distinta que cruza ese lugar. Después de caminar por una ciudad tan cargada de historia esos minutos de silencio permiten asimilar y entender esas tantas lecciones que debemos aprender de un pasado a ratos glorioso y muchas veces doloroso.

Pienso en este Lugar de Silencio que visité en Berlín cuando en Colombia se debate sobre el oratorio del aeropuerto El Dorado que se quiere abrir ahora como un espacio para todas las confesiones, para todos los creyentes y no creyentes. Me sigue sorprendiendo que algunos católicos consideren que abrir el recinto a otros es una afrenta a su fe. Al contrario: ser incluyentes es la esencia de esa fe que está sembrada sobre el amor. Cuando abran ese oratorio como un lugar para todos espero pasar por allí antes de un viaje para escapar del bullicio, de las selfies, de los mensajes virales, de las noticias, de los agobios. Necesitamos un poco de silencio, en lugares especiales o en cualquier momento y rincón, para conectarnos con el alma, con lo sublime, con aquello que nos hace humanos. Eso no se encuentra en Google y de pronto el silencio nos ayuda a conectarnos.

El hombre entrado en años nos sonríe cuando dejamos su silencio. Él no habla español, nosotros no hablamos alemán, pero en las sonrisas y las miradas que cruzamos, en ese silencio que compartimos, nos hemos conectado por encima de las palabras. Sin hablarle, le agradezco por lo que hace, le cuento que ha sido un momento sublime y me pregunto qué habrá detrás en su vida. Guardo muy bien el papel con la historia de este rincón y lo busco tiempo después para escribir estas palabras que claman por la necesidad de silencio.

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